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Finaliza con éxito primera Expedición Científica Antártica

Más he aprendido de mis compañeros de viaje. Ellos hicieron toda la diferencia entre lo que habría podido ser un crucero indiferente y de precisión matemática, y lo que fue: una travesía antártica cuyo calor humano podría derretir glaciares.

Tres meses y siete días; más de 14 mil millas recorridas (el equivalente a darle la vuelta al mundo casi dos veces por la parte ecuatorial), a lo largo de las costas de cuatro países y un continente congelado.

Un buque, una tripulación, varios investigadores y algunos comunicadores unidos por el frío en semanas de arduo trabajo, que se tradujeron en datos y muestras sumamente valiosas.

Momentos inolvidables de belleza sobrecogedora, témpanos iluminados en su interior por bombillos invisibles, y el vaivén de las cabecitas aterciopeladas de los pingüinos. Nuevos lazos tendidos en todas direcciones para el crecimiento científico, tecnológico, naval, estratégico, educativo y potencialmente económico de Colombia. Termina este lunes una histórica primera expedición con fines de ciencia, geopolítica y cooperación internacional a la Península Antártica.

El mundo está dividido entre personas con visión a larga distancia y largo plazo, y otras que prefiere ver las cosas en su presente y entorno inmediatos. Pensar en lo que puede ser benéfico para un país requiere de ambos tipos de filosofía, trabajo e inversión. Especialmente requiere pensar de aquí a cien años -que en realidad es un corto período de tiempo en la vida de una nación. Si se escogiera únicamente responder a lo cotidiano e inmediato, no se habrían dado muchos de los grandes proyectos mundiales que ahora justamente, son parte de la solución de los problemas diarios-.

Entonces, sí: hay que destinar dinero a hospitales y a escuelas, y hay que estudiar nuestras costas y ríos a nivel local. Pero ellos están conectados a la red neuronal de los océanos globales, y estos a su vez responden a la magnífica influencia antártica, influencia que es preciso tener en cuenta en el estudio de nuestro medio ambiente local. Por eso hay que invertir en la intención de Colombia de convertirse, ojalá más temprano que tarde, en país miembro consultivo del Tratado Antártico.

Y darles nuevos horizontes a estudiantes del futuro, porque la ciencia antártica es ciencia de grandes ligas internacionales. Brindarle a Colombia la oportunidad de participar en esas ligas es sembrar semillas que darán frutos algún día dentro de esa ciencia de clase mundial.

En estos tres meses viviendo al filo del agua con los casi cien tripulantes y demás integrantes de esta misión a bordo del ARC 20 de Julio, he aprendido muchas cosas. He aprendido que el mar tiene mil caras y una sola alma. Que hay pocas cosas tan elegantes como el vuelo perpendicular de un albatros sobre las olas. Que esquivar témpanos requiere agallas. Que las mejores noches de sueño se concilian sobre una almohada en pleno mar abierto. Que la bella y letal Antártica puede ser tu mejor amigo, y a la vez tu verdugo.

Pero más he aprendido de mis compañeros de viaje. Ellos hicieron toda la diferencia entre lo que habría podido ser un crucero indiferente y de precisión matemática, y lo que fue: una travesía antártica cuyo calor humano podría derretir glaciares.

De ellos aprendí lo que es trabajar arduamente con una sonrisa en los labios. Aprendí que la Armada y la Fuerza Aérea colombianas –por lo menos en este buque y los aviones de apoyo- están hechas de marinos y aviadores corteses, profesionales, siempre atentos al bienestar de sus huéspedes, siempre dispuestos a ayudar, a compartir las cargas, a mantener la seguridad.

Y que los investigadores de las varias instituciones privadas y públicas que participaron son capaces de entregarse a su trabajo con una pasión contagiosa y entregar sus conocimientos con generosidad y honestidad.

Almas gemelas antárticas

No es común encontrar almas gemelas antárticas, y nunca pensé hallar tantas en Colombia. Personas cuya pasión por ese otro mundo rivaliza con la mía -quién lo creyera- incluyendo a los almirantes Ernesto Durán, antes de la Dirección Marítima y hoy Comandante de las Fuerzas Navales del Pacífico, y Juan Manuel Soltau, de la Comisión Colombiana de Océano; el Capitán de Navío Guillermo Laverde, que dirigió el esfuerzo de comunicaciones, y el biólogo marino y atleta Diego Mojica Moncada, también de la CCO.

Durante el viaje tuve el privilegio de hacer otros amigos cuyo compañerismo será difícil olvidar. La Teniente de Fragata Edna Calderón, del grupo de Comunicaciones Estratégicas, por ejemplo, es una aliada formidable. La bauticé “su alteza serenísima” porque navega entre los problemas como si estuviera levitando. Echaré de menos nuestras tardes de conversación en la popa viendo pasar el mar, y la admiro profundamente por el valor de dejar a dos pequeñas hijas, una de meses, para emprender este viaje.

Guardo conmigo la luminosa sonrisa de los marineros Roberto Carlos Cantillo, Otoniel Álvarez, Vilmer Vera y Maikol Rolong (honrado en febrero como el mejor tripulante de las Fuerzas Navales del Caribe), así como la de la microbióloga Diana Quintana del Centro de Investigaciones Oceanográficas e Hidrográficas, CIOH.

Agradezco la ayuda siempre gentil del infante de marina Daniel Flórez, “el tanque”. No olvido la calidez del Segundo Comandante Jorge Espinel, la constante ayuda del Jefe del Departamento de Operaciones Norman Ortiz, y la rectitud del Comandante Camilo Segovia, que lo dicen todo sobre la clase de altos oficiales de este buque.

La suave firmeza y profesionalismo de las cuatro tenientes de abordo, Marisol Carlier, Mónica Sánchez, Leonee Padilla y María Fernanda Vargas hablan volúmenes sobre lo que somos capaces las mujeres en las fuerzas armadas. Y la fiera entrega a la misión del Amazonas de los cetáceos, María Claudia Díazgranados y Sandra Bessudo, es algo con que las ballenas pueden contar para su protección.

Voy a echar de menos la risa maravillosa del Capitán de Corbeta David Ortiz, call sign Reno, el piloto de nuestro flamante helicóptero; la de Diana Marcela Ramírez, la ingeniera del astillero Cotecmar, y aquella de Juan Camilo Restrepo, el simpático investigador de la Universidad del Norte.

También tengo presente la impecable cortesía de los tenientes Andrés Torres y Camilo Ariza, y el marinero Camilo Caita, entre tantos otros; las visitas con un duce del Teniente de Navío Camilo Castellanos, call sign Gladiador, copiloto del Bell 412; las instructivas charlas de los tenientes Wilson Ríos sobre operaciones y Mauricio Cerquera sobre propulsión; la inteligente conversación del Capitán Francisco Arias, director de Invemar y aquella del nuevo Comandante del ARC 20 de Julio, Capitán León Espinosa, que parecen saber de todo bajo el sol.

Nunca se vio grupo más bellamente unido y simpático que el de los hidrógrafos y oceanógrafos del CIOH y la Escuela Naval de Cadetes. Comenzando por el mismísimo director científico de esta expedición, el genialmente extrovertido Capitán de Navío Ricardo Molares, el puñado siempre estaba unido en armas para arreglar lo que fuera, como fuera, cuando fuera, e igualmente dispuestos a divertirse cuando había que hacerlo.

Inolvidables mis permanencias en el moderno puente de gobierno, hilando los canales patagónicos, cabalgando sobre olas enormes, y esquivando monolitos de hielo “del tamaño de Unicentro”, en palabras del Comandante. Inolvidables las visitas a la Cantina (la tienda) del marinero Tache, los juegos de Chonchete entre la tripulación, las sesiones de karaoke, las noches estrelladas, el frío estremecedor, el aliento de las ballenas y el piar de los pingüinos recién salidos del huevo.

Había que estar allí cuando el enfermero Juan Barrantes y el médico, Capitán de Fragata Mauricio Romero aparecían a hacer reír a la gente con el calor humano que da su profesión. Y había que estar allí cuando el Comandante Segovia anunció el ingreso al Paso de Drake, un “monstruo de cuatro cabezas” que nos recibió como un cachorro de gato.

El mar es múltiple

“¿No te aburres? ¿No te cansa el frío? ¿No te da miedo?”, me preguntan los amigos. Porque la cosa no admite tonos de gris. A uno le gusta la navegación, o no le gusta. Se entrega a la exploración o se queda en tierra firma. Prefiere vivir el viaje, a leer sobre él. “El mar es múltiple, es más fuerte que el más fuerte de los licores”, decía el escritor belga Georges Simenon.

“Te emborracha, te aplasta, impregna todas tus fibras, te sala la piel y los pulmones te entra en la sangre como un suero. Semanas, meses, y de golpe todo eso pasó: duermes sin sueños. Contemplas el horizonte con ojos serenos. Ya no te despellejas las manos… el aprendizaje ha terminado”.

No sé si mi aprendizaje ha terminado. Lo que sé es que a fuerza de sentarme sobre la cubierta de acero del ARC 20 de Julio, casi me he convertido en su mascarón de proa, y quiero pensar que en su madrina antártica. A fuerza de escucharlos, interpreto sus más mínimos ruidos, el crujir del casco sobre las olas grandes, los pequeños lamentos del acero bajo el viento, y el cambio de tonos en el ronroneo de las máquinas.

Así, aprendí lo que significa cuidar y querer y valorar un buque. Este buque. Como decía el escritor Joseph Conrad, “un barco quiere que se lo mime con conocimiento de causa. Es una relación seria, aquella en la que un hombre [¡y una mujer!] vela celosamente por su barco”. Sé que si nuestro 20 de Julio pudiera hablar, diría que nos llevó hasta el fin del mundo porque la tripulación le dio sus ideas, sus destrezas y su amor propio.

Lo que sigue

Entonces. Para ser una primera expedición, no lo hicimos mal. Se cumplieron los objetivos, se fue más allá en algunas cosas, se establecieron relaciones internacionales, se comenzaron a consolidar planes. Fui testigo de cómo las marinas e institutos antárticos de Chile, Perú y Ecuador elogiaron la maniobra y el buque, la adaptación de una patrullera de aguas abiertas y el tipo de investigación escogida.

Vuelvo a citar a Diego Mojica Moncada, (PONER ENLACE AL ARTÍCULO “Poderosas conexiones entre Colombia y la Antártida) en que “hay que entender que nosotros no estamos haciendo investigación de punta en la Antártida. En este lugar se hace ciencia con la última tecnología, por parte de potencias mundiales, que invierten miles de millones de dólares. Nosotros estamos aportando, haciendo investigación de línea base sobre un sistema dinámico, que debe hacerse continuamente para interpretar cómo se está afectando el ecosistema.

“Podemos empezar haciendo ese aporte. Son cosas que ya hacemos en nuestros mares. Pero a su vez, mediante la cooperación internacional es estratégico e importante para nosotros meternos en este ciclo elite del Sistema del Tratado Antártico porque va a permitir a las instituciones que hacen investigación en Colombia asociarse con gente que lleva años haciendo ciencia polar. Y que si bien no tenemos por ahora acceso a ciertas tecnologías y recursos, sí podemos aportar nuestras mentes y talento humano preparado”.

Lo que sigue ahora es comenzar a construir. Tomar la caña del empujón poderoso que dio la Armada Nacional, y seguir los pasos de la agenda antártica que ya está en papel. Darle la mano a Chile y a Brasil, a Argentina, Perú, Ecuador, Estados Unidos y más naciones polares; unirnos a sus estudios, juntar esfuerzos con nuestros buques y nuestros cerebros, y hacer presencia tropical en mares y hielos antárticos.

ÁNGELA POSADA-SWAFFORD*
*Corresponsal de EL TIEMPO, DIMAR y la Armada en la primera Expedición Antártica Colombiana
www.angelaposadaswafford.com

Autor
http://www.eltiempo.com/

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