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“Fuimos desplazados por la violencia, pero no vencidos por ella”

Con 7 años de edad, mi vida se desarrollaba normalmente entre la escuela y los juegos con mis primos, éramos tantos y tan pequeños que nos divertíamos jugando a las canicas o con el balón casi desinflado en el patio trasero de la casa, que por cierto era muy grande y lindaba con la casa de mi abuela.

Entre mi casa y la de mi abuela vivíamos un promedio de 21 personas, 6 adultos y 15 niños, nunca nos dejaban salir a la calle para jugar con otros niños, no entendíamos por qué, pero tampoco nos hacía falta salir porque dentro de la casa lo teníamos todo.

Vivíamos en un barrio llamado San Judas Tadeo de la ciudad de Barrancabermeja, en una casa muy humilde, características de este sector, porque casi todas se encontraban en obra negra y gris, incluso habían casas de madera o tablas; era un barrio de un estrato social bajo y con necesidades básicas.

Con frecuencia escuchaba a mi madre hablar con mis tíos sobre algunos casos de violencia y asesinato de personas ocurridos en otros barrios, recuerdo que hablaba mucho de la Floresta, en donde vendían y consumían licor permanentemente, allí se reunían los adultos para departir. Mi madre siempre advertía de no ir a esos lugares.

Nosotros oíamos hablar de violencia, hasta por la radio y la televisión mencionaban a los diferentes grupos armados ilegales y las rencillas entre ellos por la disputa de territorios, pero siempre nos imaginábamos que estaba lejos, y que nunca llegaría a nosotros, por eso nuestra mayor preocupación era llegar rápido de la escuela para poder jugar.

Hubo una época, más o menos entre 1997 y 1998, en que al barrio llegaba gente extraña, “forasteros” como le llamaban en mi familia, entraban y salían de otras casas, y cuando ellos ingresaban allí, nadie más podía hacerlo.

Un día a través de la malla que rodeaba la casa, estaba jugando con mis primos, había llegado de la escuela y de un momento a otro arribaron cuatro camionetas con platón tipo corral llenas de personas armadas, todos vestidos de civil decían que eran de las Autodefensas Unidas de Colombia, AUC, y empezaron a sacar gente de las casas, los ponían en fila y los mataban en frente de todos, porque según ellos ayudaban o daban información a los otros grupos armados, allí los dejaban tirados en la calle, cubiertos de polvo y sangre.

Después llegaban otros grupos armados y sacaban la gente que supuestamente eran colaboradores de los paramilitares y también les hacían lo mismo.

Nadie salía a ver, porque todos se refugiaban en el interior de sus viviendas, pero los disparos delataban el horror y la violencia que se generaba, nosotros solo corríamos a meternos debajo de las camas y nos resguardábamos en las habitaciones que estuvieran más alejadas de la calle pensando que ninguna bala ingresaría y atravesaría las paredes.

Me acuerdo que ese hecho sucedió como en cuatro ocasiones diferentes pero cometidas bajo la misma modalidad ocasionada por los paramilitares y los otros grupos como las FARC y el ELN.

Yo solo escuchaba lo que decían y veía algunas cosas desde la malla de mi casa que nos impedía salir a la calle y que de alguna manera protegía nuestra casa a la que le llamaré la “burbuja” porque mi inocencia me hacía pensar que a nosotros nunca nos pasaría nada mientras estuviéramos dentro de ella, por eso siempre manteníamos dispersos y entretenidos con nuestros juguetes.

Una de las mayores preocupaciones de mi familia era ver que muchos de mis primos ya adolescentes pudieran ingresar a esos grupos y desviarse del camino del bien, ese era el mayor temor porque ya se veían algunos jóvenes ostentando cadenas de oro, tenis nuevos e incluso con motos, producto de las malas relaciones y el dinero fácil, creyendo que así y solo así podrían salir de la pobreza de manera más fácil.

Recuerdo que había una familia que vivía al frente y no se llevaba bien con la nuestra, porque aunque éramos pobres vivíamos bien, gracias a Dios nunca nos faltó nada, ni el trabajo ni la comida, éramos felices, a pesar de la inseguridad. Pero sabíamos que el odio de esa familia iba más allá, definitivamente no querían a uno de mis tíos; quien había pertenecido al Ejército Nacional como soldado profesional pero que se retiró cuando se enteró que iba a ser padre; sin embargo dejó muy buenas amistades y frecuentaba el batallón en donde se caracterizaba por ser servicial. Era tanta la admiración de mi tío por el Ejército, que recuerdo como en varias ocasiones, uniformados acampaban dentro de la casa cuando los enviaban a hacer presencia en el barrio y tratar de establecer la calma entre la comunidad.

Personas ajenas a la familia empezaron a decir que él era un informante del Ejército, tildándolo de “sapo” llegando el rumor a la casa que esas personas de esos grupos armados ilegales habían ordenado matarlo.

No recuerdo en qué fecha fue, solo me acuerdo que a él le gustaba tomar cerveza, y un día se fue a la tienda de la casa de enseguida, a eso de las 5:00 pm él estaba ahí con uno de mis primos que tenía más o menos 12 años de edad. En ese momento llegan a este lugar unas personas, preguntan por mi tío, él levantando la mano responde ¡soy yo! ellos sin mayor prisa se acercaron y le dispararon en reiteradas ocasiones apuntando también a mi primo, mi tío cubierto por la sangre cubría a mi primo para que no le dispararan a él. En ese momento, los hombres armados se van rápidamente y mi tío fallece en aquel lugar. Dejando un bebé de seis meses de nacido.

Ese día nos cambió la vida, ese acontecimiento marcó nuestras vidas, sentíamos cuando hombres se metían por el patio tratando de forzar la puerta para entrar, lo hacían en la noche mientras toda la familia dormía, trataban de levantar las tejas para ingresar por el techo, ellos querían terminar con todos.

Cada día nos sentíamos más inseguros, por lo tanto mis tíos debieron empezar a buscar otros lugares para donde irse, buscando mejores opciones de vida, tratando de encontrar algo mejor para la familia. Mi madre solo decía que algún días las cosas cambiarían y que no nos preocupáramos porque mi tío ya descansaba en el cielo y estaba en la paz del Señor.

Pero la situación empeoró y dos años después de la muerte de mi tío, matan a mi otro tío hermano de mi madre, quien vivía justo en frente de mi casa. Ese sábado en la mañana entra a la casa llorando la esposa de mi tío, desesperaba gritaba mientras nosotros jugábamos en el patio. ¡Lo mataron, lo mataron! Y nosotros no entendíamos que pasaba.

Ese día la “burbuja” en la que creíamos estar, se desmoronó, la desesperación y la tristeza se apoderaron de nuestra familia, ahí se nos cayó la venda y empezamos a ver como mataban y torturaban la gente, el miedo nos perseguía día a día, ya no teníamos paz ni tranquilidad ni siquiera dentro de nuestra propia casa.

Escuchábamos rumores de que mi mamá era la que seguía y así lo harían con cada uno de nosotros, el miedo era constante, de día y noche.

A partir de ese momento, me tocó ver como amarraban de los pies a una persona, cada pie amarrado a su vez a la parrilla de dos motos, arrastrándola por todo el barrio, terminaban su macabro recorrido al pie de la carrilera, allí sin discriminación alguna le pegaban un tiro y ya muerto lo dejaban sobre ella hasta que el tren pasara y destrozara su cuerpo.

O escuchar el llanto y los gritos en la noche de las personas que amarraban vivos en la carrilera, gritos y llantos que se dejaban de escuchar una vez pasaba el tren; un tren que se llevaba consigo la vida de muchos inocentes; o el sonido de un cuerpo cuando caía desde un puente justo antes de pasar el tren, esas fueron quizás las escenas más duras y los sonidos más fuertes que he visto y escuchado en mi vida, escenas que aunque no las puedo borrar de mi mente, ya no las llevo tan presentes.

Ya no había “burbuja” que nos protegiera, ya no había “burbuja” que nos impidiera conocer la violencia sanguinaria y salvaje que nos rodeaba y asechaba, tratando de acabar con nuestras vidas y la de cientos de inocentes que no tenían nada que ver con el conflicto y que simplemente estaban en medio de una guerra sin sentido, una guerra que derramó, ríos de sangre, que destruyo familias y que dejó niños huérfanos.

Para esa época, mis tíos y mi madre tomaron la decisión de salir de Barrancabermeja con todos, dejando atrás la casa que con tanto esfuerzo se construyó, saliendo hacia Cartagena en busca de otras oportunidades. Allí duramos un año y medio pero al no encontrar estabilidad, viajamos a Piedecuesta, donde mi familia encontró una ayuda por parte del Gobierno para las víctimas desplazadas por la violencia, una oportunidad que les permitió salir a flote, lejos del conflicto armado y la muerte.

La fuerza y el sacrificio de nuestra familia, dio paso para que nosotros pudiéramos crecer en un ambiente más sano, poder estudiar y proyectar un futuro. Conscientes de las perdidas familiares, materiales y el daño psicológico ocasionado, superamos con valentía esos acontecimientos.

Hoy doy gracias a Dios por mi vida y la del resto de mi familia, aunque parece irónico, la muerte de mis tíos nos abrió los ojos, mirando de frente las adversidades y enfrentado con decisión el peligro, dándonos cuenta que ese ambiente no era propicio para nosotros, que estábamos en el lugar equivocado, éramos muy pequeños y vulnerables para ser influenciados por esos grupos y teníamos que irnos de allí si no queríamos perder más seres queridos.

Hoy me siento afortunado por ser quien soy y por pertenecer a esta Institución, quiero vivir muchos años más, quiero seguir viendo a mi mamá feliz; hoy ella vive más tranquila y su corazón ha sanado las heridas del pasado, puede dormir en paz y levantarse orgullosa de saber que su sacrificio y el de su familia, valió la pena.

Todos mis primos crecieron de manera sana y formaron hogares dignos, estudiaron y salieron adelante con sus familias, hoy son ejemplo de superación.

Ingresar a la Fuerza Aérea Colombiana fue una ilusión para luchar por un mañana donde los niños deben de tener una infancia alegre, feliz, sin tener que experimentar preocupaciones de sentimientos donde el miedo y la zozobra intimidan por saber si el día de mañana alguno de sus familiares cuentan con la suerte de seguir acompañándoles en vida; donde las preocupaciones reales deberían ser si mañana a la hora y en el canal de televisión acostumbrado, podrán ver su programa favorito o sí ya hicieron las tareas que dejaron en el colegio el día anterior, etc.

En fin, con todo esto y dándome cuenta a medida que crezco, que en la realidad fueron las Fuerzas Armadas de Colombia las que de manera altruista y desinteresada estuvieron acompañándonos en todo momento por nuestra seguridad aún a costa de su propia integridad.

Me di cuenta de qué estás instituciones en su gran mayoría, están conformadas por personas de facultades, capacidades y principios especiales. Y yo quería ser uno más de ese tipo de personas, uno de aquellas personas que en su contribución a la fuerza, en un futuro pudiera generar y garantizar en algún otro niño o familia de mi país, la tranquilidad de una vida donde el flagelo de la violencia no llegará a tocar las puertas de su casa para obligarlos a salir del mismo, sin permitirles el derecho a mirar que haya quedado atrás.

Hoy en día estoy seguro de que con mi contribución a la Institución, le permito a aquellos que viven en lugares apartados como campesinos, niños y toda la comunidad en general, labrar un mejor futuro para que juntos podamos hacer de Colombia, el lugar ideal para criar a nuestros hijos y forjar los ideales de un país en armonía y paz.

Autor
Subteniente Fabián Andrés Ochoa Galvis

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