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En avión de la FAC, niños de Acandí superaron su primer escollo

Con el despuntar del sol empezaba la zozobra y el corazón de Xiomara Londoño se arrugaba. Uno a uno los 18 niños de la Fundación Fedac llegaban con su maleta y se sentaban frente a la sede de la entidad a mirar el océano y a rezar para que la marea se calmara la marea y poder atravesarlo. Así podrían llegar a Medellín, al inicio del béisbol del Festival de Festivales.

Parecía como si las emociones acumuladas en estos menores (entre 9 y 11 años) se trasladaran con toda su fuerza a las azules aguas, impidiendo que la calma llegara.

Al caer el sol se apagó la esperanza. Los chicos tenían que regresar a sus casas con el equipaje, que se hacía más pesado, pues sobre sus espaldas, además de bates, guantes y ganas, cargaban con el dolor de perder otro día para viajar a Medellín.

“Me partía el alma, porque no podíamos hacer nada, solo esperar que el mar se calmara. Pero nada. Así transcurrieron lunes, martes, miércoles y jueves”, relata Xiomara, quien ese día en la tarde recibió una llamada que les devolvió la ilusión.

Cuando estaban a punto de llamar para cancelar la presencia de los niños en el Festival, el general Carlos Bueno, de la Fuerza Aérea, llamó para pedirle la lista de los viajeros y le dijo que los citara para viernes, a las 10:00 a.m. Ellos los transportarían y en avión.

Aunque el vuelo era a las 10:00 de la mañana, desde las 6:00 a.m. todos llegaron puntuales, acompañados de sus familias (primos, hermanos, padres, abuelos). Estaban listos para la cita que se convirtió en el evento del mes en Acandí. Cerca de 300 personas despidieron a los 18 guerreros que, desde hoy, a las 7:00 p.m. buscarán dejar el nombre de su pueblo en lo más alto.

Superando el miedo de lo que sería su primera experiencia en un avión, los menores subieron uno a uno, pasaron por la cabina, donde los pilotos les dejaron hacer fotos y divisaron el mar, el mismo que siguió “picao” y que les impidió salir en lancha, y que pese a todo, como dicen los pelaos, aman y disfrutan, porque es su compañero de vida.

En el interior del avión todo fue felicidad, cánticos y alegría. Cuando por las ventanas divisaron Medellín, todos se fundieron en abrazos.

En la pista del Olaya Herrera fueron recibidos por el “coronel Paz”, un muñeco inflable de la FAC con el que se hicieron fotos.

De allí los llevaron al Polideportivo Sur de Envigado, lugar donde pasaron la noche, lejos del azul del mar, pero cerca del asfalto y del ruido de la ciudad, donde esperan poner a volar sus sueños.

Autor
El Colombiano

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