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El primer “intento” de vuelo en Bogotá

En 1911, una enorme caja de madera , que había subido perezosamente el Río Margadalena hasta Cambao y había sido izada a lomo de mula hasta la Altiplanicie, desembocó un buen día en el Camellón de San Victorino para ser descargada ante la curiosidad de los bogotanos, en un taller de mecánica. Contenía nada menos que un aeroplano.

Una máquina, instrumento de civilización para unos, infernal para la mayoría, pero desconocida y misteriosa para todos. Con ella se haría en Bogotá aquello que el hombre había aspirado siempre, desde que tuvo conciencia de sí mismo, contraviniendo todas las leyes de la naturaleza: volar.

Su conductor, un ciudadano francés con fama de haber volado en un país lejano, era observado por los bogotanos a respetable distancia. Era en ese momento el hombre destinado a profanar la atmósfera de la Sabana con el rugido de su motor y el batir de su hélice lo que lo convirtió en leyenda. El Club Social Polo Club financió su visita para venir al otro lado del océano a traer un mensaje de civilización: la aviación en un monoplano “Bleriot”.

Aunque con dificultades técnicas, el avión fue armado y trasladado a un extenso y verde campo a los alrededores de Bogotá, y con extraordinario propaganda llegó el día en que se volaría por primera vez en Colombia. La ciudadanía en masa se trasladó a presenciar el acontecimiento y aguantaron la inclemente intemperie durante un día entero.

En principio el ronroneo de motor se extinguió varias veces, luego realizó varios intentos de carrera fallidos y cuando ya se creía que levantaría el vuelo se detuvo contra una cerca. Desde allí, varios voluntarios, orgullosos de haber puesto sus manos sobre la aeronave, lo empujaron nuevamente a la cabecera del terreno para realizar otros intentos. Pero todos fueron fallidos.

Claro, ¿cómo podía despegar un avión en la sabana de Bogotá en ese tiempo, cuando apenas unas semanas antes el record mundial de altura había sido batido en Francia por Delagrange con la increíble altura de dos mil metros sobre el nivel del mar? Es decir, que “el mejor avión del mundo” había apenas logrado subir hasta cien metros por debajo de nuestra urbe.

Pero no se podía perder el dinero que se había invertido en el esfuerzo de traer el avión a Bogotá, así que finalmente se optó por exhibir el avión armado y suspendido en sus ruedas en el Salón Egipcio del Parque de la Independencia a un precio elevado. Fue tan grande el éxito que “el aviador”, cuyo nombre no se recuerda, con su traje de vuelo, se exhibió en los teatros como atracción especial. Bogotá entero se desplomó a contemplar máquina y piloto, y durante mucho tiempo no se habló en corrillos y mentideros.

Autor
Revista Aeronáutica

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