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Los héroes de cuatro patas que trabajan con las Fuerzas Armadas

A las 9:50 de la noche del domingo 2 de septiembre de 2007, un policía abrió la reja y le dijo: “¡Alístese, Jazán, que le salió su primera misión!”.

A 150 metros, esperaba encendida una camioneta de la Policía. En el platón había un huacal listo para Jazán, un pastor belga mallinois de dos años de edad, adiestrado para rastrear y localizar cuerpos. El viaje desde la Escuela de Guías y Adiestramiento Canino de la Policía Nacional (ESGAC), en Facatativá, duró algo más de una hora, hasta que llegó al aeropuerto militar de Catam, en Bogotá, donde se encontró con su guía, el patrullero Óscar Cristancho.

A Jazán y a su guía los habían citado en el aeropuerto militar a medianoche. El general Óscar Naranjo, entonces director de la Policía Nacional, había llamado al patrullero para decirle que era una misión delicada y secreta de apoyo al Ejército. Horas después, aterrizaron en la base antinarcóticos de San José del Guaviare, de donde salieron en cinco helicópteros Black Hawk, con tropa del Ejército, a un lugar en la selva de Guainía. Pero, en ese momento, Jazán se paralizó por el miedo. El ruido de la hélice y los soldados corriendo en la noche eran totalmente desconocidos para él. Cristancho tuvo que arrastrarlo con la traílla, alzarlo hasta el helicóptero y sentarlo sobre sus pies para que se calmara. Ya en vuelo, un oficial del Ejército dijo que el día anterior habían bombardeado el campamento desde donde despachaba el temible Tomás Medina Caracas, alias 'Negro Acacio', comandante del frente 16 de las Farc.

Jazán tan solo tenía 8 meses de entrenamiento. Este era su debut profesional. A su grupo canino lo habían entrenado con la intención de servir a las víctimas del conflicto y contribuir a la justicia y la memoria. Eran cinco perros capaces de dar con la ubicación exacta de cuerpos, incluso décadas después de haber sido enterrados. Como en esa época se estaba empezando a poner en práctica la Ley de Justicia y Paz, estos perros eran ideales para agilizar las investigaciones que intentaban esclarecer la historia del conflicto en Colombia. Y por eso, en ese momento, sonaba irónico que la primera misión de uno de los caninos del grupo fuera una operación de guerra: encontrar el cuerpo del jefe guerrillero.

Cuando llegaron al sitio que el Ejército había bombardeado, los soldados dispararon ráfagas de fusil para asegurar el área y el piloto les informó que tenían que saltar porque no podía tocar tierra en medio de la selva. Jazán vio que todos los soldados se lanzaban desde una altura aproximada de seis metros. ¿Pero cómo iba a saltar un perro? En ese momento, Cristancho decidió agarrarlo entre sus brazos, saltar con él y caer de espaldas –sobre el fusil– para evitar que el perro se lesionara. Y fue tanto el susto, que Jazán logró soltarse de su guía y empezó a correr hacia la selva. Afortunadamente, uno de los soldados que estaban camuflados entre la maraña logró interceptarlo y lo rescató.

En el punto exacto del bombardeo, los militares ya habían levantado los restos de la explosión. A Jazán, después de una caminata de cinco kilómetros desde el lugar del salto, ya se le había pasado el miedo. Entonces recibió la orden de salir a buscar. Solo en esa mañana encontró 12 cuerpos que habían sido sepultados tras el bombardeo.

Él vio a Cristancho feliz, decía que su entrenamiento había sido un éxito. Pero los soldados estaban inquietos porque ninguno de los restos que había encontrado eran los del 'Negro Acacio'. ¿Acaso había escapado, como lo logró hacer en seis operativos anteriores? La búsqueda continuó por cinco días. Y la primera noche, Jazán se puso nervioso por los ruidos de la selva y no pudo dormir.

–¡Shish! Calle a ese perro, que si nos oyen, nos ma-tan –le susurraban a Cristancho los soldados.

Y como Jazán gruñía cada vez que croaba una rana o que algún animal movía una rama cercana, Cristancho lo abrazó y le dijo al oído: “Tranquilo, Jazán, usted está acá conmigo, no va a pasar nada”.

En el último de los cinco días de búsqueda en la zona, él y Cristancho lograron ubicar el sitio exacto donde estaban enterrados los cuerpos de tres guerrilleros cercanos al 'Negro Acacio' y un costal con bolsas que contenían las vísceras de cuatro personas. Días después, a partir de pruebas de ADN –que compararon con el de la hija del insurgente–, la Dijín dictaminó que parte de los restos que se hallaron sí correspondían al jefe guerrillero, al tiempo que Noticias UNO emitió un video de su velación, grabado por las Farc, en el que se confirmaba su muerte.

Después de ese operativo, Jazán se convirtió en uno de los mejores perros de la fuerza pública colombiana. Gracias a él, el tiempo para encontrar un cuerpo o una fosa se redujo drásticamente. En nueve años de servicio, ha participado en 20 operativos y ha marcado el sitio exacto de 64 cuerpos –muchos de ellos de víctimas civiles que ha dejado el conflicto armado interno y la violencia común en Colombia–, sin contar los más de 300 que halló junto con su compañera, una labrador dorada llamada Luna, en la misión humanitaria que ejercieron después del terremoto que destruyó la capital de Haití en el 2010.

Sin embargo, estos números no son más que una pequeña fracción de los resultados que generan 1.397 perros activos en la Policía y alrededor de 4.000 que trabajan en el Ejército. Todos los días, ellos buscan minas en la selva o en cultivos ilícitos, persiguen a los capos del narcotráfico en las operaciones de captura, buscan drogas en las maletas y los contenedores que salen del país, y mantienen la seguridad en conciertos y partidos de fútbol.

Pero no todos los perros que sirven en las Fuerzas Armadas son iguales: uno de ellos se puede especializar para detectar lo que sea. En la ESGAC –donde vive Jazán– los entrenan en siete especialidades distintas: detección de explosivos, detección de narcóticos, detección de cadáveres y restos óseos, búsqueda y rescate, detección de fauna silvestre –una de las modalidades más nuevas, que se creó para contrarrestar el tráfico ilegal de animales– rastro e intervención, y relaciones públicas.

Cada uno de ellos cumple una función específica. Mona y Arnold, por ejemplo, trabajan todos los días olfateando maletas en el aeropuerto El Dorado, en Bogotá, están entrenados para detectar marihuana, cocaína, éxtasis y heroína, y presentan, mínimo, un caso mensual. Suka es una pastor belga mallinois que trabaja con los Comandos Jungla de la Policía y está entrenada para seguir el rastro de personas por varios kilómetros. Luna es una golden retriever del Ejército que una vez encontró una mina de alto poder en un campamento donde la tropa iba a dormir, justo en uno de los huecos que hacen los soldados para clavar los palos en los que cuelgan sus hamacas.

En esta entrevista decidimos darle voz a Jazán, uno de los héroes caninos de Colombia que ganó una medalla al Mérito Canino en 2008, tiene 370 casos positivos en su hoja de vida, y recorrió un camino que va a ser esencial para el país en tiempos de paz, justicia y memoria.

¿Usted es el mejor perro de Colombia?

Sería injusto decir cuál es el mejor, porque hay especialidades muy distintas y cada uno de nosotros cumple una función importante. Hay 63 unidades de caninos en todo el país. Y eso sin contar los perros del Ejército, la Armada, la Fuerza Aérea –que tiene perros paracaidistas– y hasta las mascotas. ¿Qué significa ser el mejor? En la Policía tenemos un premio que se llama la medalla al Mérito Canino. Yo me lo gané hace rato y la última que lo obtuvo fue Mona, una labrador dorada que trabaja en la unidad antinarcóticos del aeropuerto de Bogotá y que cuando camina por ese terminal anda con la traílla en la boca.

¿Y por qué le dieron la medalla a Mona?

Porque en septiembre del año pasado descubrió una tonelada de cocaína que iba en 48 cajas para México y que parecían contener tóner para impresoras. Como era un polvo negro, nadie pensaba que ahí podía haber drogas.

¡Una tonelada!

Sí, es bastante. Y a Mona ya le habían dado ese reconocimiento porque en 2012 detectó como 28 casos en las maletas que van en los vuelos internacionales. Ese trabajo es duro porque es muy rutinario y por eso el patrullero Claro, el guía de ella, siempre dice que lo más importante es mantenerse animado y alegre, ofrecer el ciento por ciento para que el perro también dé el ciento por ciento. La conexión entre el guía y el perro es muy importante, porque los guías son los que nos animan y los que son capaces de leer nuestra actitud para captar cualquier señal, así sea muy sutil, de que hay algo sospechoso. Hay veces que Mona, por ejemplo, detecta café. Entonces, aunque no da positivo, sí le llama la atención y mira a Claro o mueve las orejas. Y como el patrullero ya sabe que muchas veces esconden la droga con otros olores, está atento a eso y envía las maletas a revisión. A veces no tienen nada, y otras sí vienen cargadas. Por eso yo creo que esa medalla también se la deberían dar a los guías, porque un perro no puede trabajar solo; por eso nos llaman “binomios”.

¿Es fácil establecer esa conexión entre el guía y el perro?

No tanto. Es una lucha, porque nosotros tenemos nuestro instinto de juego; entonces nos gusta saltar, correr, que nos persigan, y a muchos guías eso les desagrada. Pero, poco a poco, cuando nos empiezan a cuidar y a cepillar, confiamos en ellos. Lo más difícil es que, por la misma condición de policías y soldados que tienen nuestros guías, a muchos de ellos les cuesta mostrar afecto. Eso les pasa sobre todo a los guías nuevos. Y el afecto es clave para que nosotros nos dejemos conocer y hagamos nuestro trabajo con gusto. Pero no somos mascotas, somos compañeros. Y también nos enseñan a ser profesionales y a trabajar con cualquier guía.

¿Y usted cómo se convirtió en policía?

Cuando tenía un año y medio llegaron unos agentes al criadero donde yo vivía, por los lados de El Rosal, Cundinamarca, y empezaron a hacernos pruebas. A mí me fue bien en casi todas, menos en la de ruidos fuertes. Entonces me llevaron a la Escuela de Guías y Adiestramiento Canino de la Policía, en Facatativá. Éramos un grupo de cinco perros: tres labradores, Chano, Lander y Luna, y dos pastores belga mallinois, Kelly y yo. Solo quedamos vivos Chano y yo, pero Chano ya está gordo y retirado. Los otros ya se murieron, de viejos.

¿Cómo eran las pruebas?

Un perro joven no se da cuenta de que son pruebas. ¡Yo lo que pensaba era en jugar! Los guías tiraban una pelota o un motivador –que es una toalla enrollada– y nosotros lo teníamos que traer; después nos lo trataban de quitar y nosotros no podíamos dejarnos. Todo era juego. A veces nos escondían el juguete y la idea era que nosotros no paráramos de buscarlo; así nos ofrecieran comida. Mejor dicho, podíamos comer, pero después había que seguir buscando. Es que las características ideales para un perro de servicio son: que tenga energía, que le guste el juego, que no se deje quitar el juguete y que sea persistente en la búsqueda.

¿Cómo fue su entrenamiento?

Mi grupo y yo empezamos el curso de adiestramiento en la búsqueda de cadáveres y restos óseos. Era el resultado de un proyecto de investigación de la Escuela. La primera fase de entrenamiento, sin importar la especialidad, es de socialización. Ahí fue cuando empecé a conocer a mi guía, el patrullero Óscar Cristancho. Él jugaba conmigo, me llevaba a pasear al centro de Faca o a dar una vuelta por el cerro. También hacíamos ejercicios de obediencia con otros perros: nos sentábamos en círculo y teníamos que aguantarnos las ganas de lanzarnos por el juguete que ellos intentaban quitarle a su guía.

¿Y luego?

En la segunda fase nos escondían el juguete y cuando lo encontrábamos nos enseñaban a responder de una manera específica: mis compañeros perros se sentaban o se quedaban quietos para que los felicitaran, pero yo sentía tanta ansiedad que me ponía a mover las patas delanteras para cavar. Los entrenadores no tuvieron ningún problema con eso; decían que si raspaba, era mi instinto y estaba bien. En la tercera fase sí empieza el entrenamiento en la especialidad: los guías impregnan el motivador con el olor al que nos querían asociar, en mi caso el colágeno –que es el olor del hueso– y el del tejido en estado de descomposición. Y ya cuando estamos acostumbrados al olor, pasamos a una fase de ejercicios: nos esconden la sustancia en la tierra y nosotros tenemos que encontrarla. Apenas damos la señal, nos dan la pelota y juegan con nosotros.

¿Todos los perros raspan cuando encuentran la sustancia?

No, cada uno responde de manera distinta. La mayoría de los perros de detección de explosivos se sientan cuando detectan el material. Si rasparan, sería muy peligroso porque podrían activar una mina por accidente. Los de narcóticos también se sientan. Pero hay un perro en el aeropuerto de Bogotá que tiene una señal muy curiosa: se queda quieto, como una estatua, y no deja de mirar la maleta hasta que el guía no le dé su juguete. Es un pastor alemán que se llama Arnold. Es muy amigo de Mona y cuando no están trabajando se la pasan jugando juntos, mordiéndose las orejas. Tienen como seis años, pero cuando están los dos, parecen cachorros.

Pero volvamos al entrenamiento. ¿A los perros de todas las especialidades los entrenan igual?

Más o menos. Los procesos son parecidos para todos los perros de detección, pero varían los olores que nos enseñan a reconocer. A mí, como ya le dije, me ponen colágeno en el juguete; a los perros de narcóticos, les ponen “pseudos” –unos olores químicos que son casi iguales a los olores reales– o muestras de cocaína, heroína o éxtasis. Y a los de explosivos, anfo, mecha lenta, dinamita… Podemos reconocer cualquier olor si nos enseñan a buscarlo.

¿En algún momento tienen contacto con la sustancia?

No… Si tuviéramos contacto con la sustancia nos podríamos intoxicar. Cuando los guías usan muestras reales, las tienen en la mano y así las reconocemos cuando jugamos con ellos para quitarles la pelota. La idea es que nos acostumbremos a que donde sintamos esos olores, vamos a encontrar nuestro juguete.

Me dijo que el entrenamiento para la especialidad de rastro es distinta…

Sí, porque ellos están entrenados para perseguir y capturar objetivos de “alto valor”. Así les dicen nuestros guías a los capos de la guerrilla y el narcotráfico. Ya le hablé de Suka, la que trabaja en los Comandos Jungla. Fuimos juntos a los operativos contra “Alfonso Cano” y “Cuchillo”. El entrenamiento de ellos es muy chévere porque les enseñan a seguir un rastro con comida, después aprenden a seguir pisadas y, finalmente, logran distinguir una pisada específica entre un grupo de varias huellas. Para un perro como yo, eso es muy difícil. ¡Empiezan siguiendo un rastro de 100 metros y al final del curso son capaces de perseguir a una persona que está a 1.500 metros de distancia!

¿Cómo mantienen alerta el sentido del olfato si pasa un tiempo en que no encuentren nada? ¿Recuerdan el olor?

Nos reentrenan constantemente. Además, como las drogas y los explosivos siempre cambian, nos enseñan a reconocer esos nuevos olores. Los guías caninos del Ejército, por ejemplo, investigan la forma como están armadas las minas y los explosivos de las mismas para enseñarles a los perros a reconocerlas. Estudian las jeringas, los cables, la metralla, la forma en que se empaca todo con silicona… Lo mismo pasa con los guías de los perros que detectan narcóticos: cada vez que encuentran un caso con un modus operandi nuevo o una droga desconocida, se lo muestran y les dicen: “esta es la droga encauchetada” o “estas son las metanfetaminas”. Un perro como nosotros nunca deja de aprender.

Usted ha trabajado en más de 15 operativos. ¿Cuál ha sido el más especial?

Yo me acuerdo mucho de mi primera misión, cuando fuimos a buscar el cuerpo del “Negro Acacio”. Nos dejó muchos aprendizajes porque al principio no sabíamos cómo saltar desde un helicóptero, y eso nos puso en peligro; ahora Cristancho me pone un arnés y podemos bajar en soga, o cruzar un río en una cuerda con polea.

Pero, ¿sabe algo? De esa misión salimos vivos de milagro: uno de los cadáveres que encontramos era el del escolta del “Negro Acacio”. Cuando lo descubrí, Pitín –un compañero labrador que era experto en explosivos– se sentó en el mismo punto donde yo estaba raspando, pero los soldados no hicieron caso a su señal, porque excavaron con cuidado y no encontraron ninguna mina. Nuestros guías estaban muy confundidos porque si un perro hace la señal es porque seguro detectó algo.

¿Y, entonces, dónde estaban los explosivos?

Cuando volvimos a la base, en San José del Guaviare, nos enteramos de que el cadáver del escolta del “Negro Acacio” –el que Pitín, mi compañero de detección de explosivos, insistía en marcar– tenía en el pecho una granada activada que los guerrilleros habían forrado con tela. Tuvieron que hacerle una contracarga para desactivarla. ¿Se imagina si eso se hubiera activado mientras íbamos en el helicóptero?

Después de eso, ¿no le da miedo trabajar?

Me da miedo cuando oigo ruidos fuertes o cuando me tengo que montar en un helicóptero. Pero cuando veo a los otros policías subirse y siento que estoy en medio de una misión, se me quita el susto porque sé lo que tengo que hacer: subirme al helicóptero y acomodarme en los pies de Cristancho. Para acostumbrarnos hacemos ejercicios en la Escuela: hay un helicóptero y ponen unos parlantes grandísimos a todo volumen con el ruido de las hélices, o nos llevan al polígono. Suena durísimo, pero como el guía siempre está con nosotros, sabemos que no nos va a pasar nada.

Y ya cuando está en el área, buscando… ¿no siente miedo?

Lo que pasa es que cuando nosotros los perros estamos trabajando, pensamos en el juego, en que los guías nos den nuestra recompensa. Yo sé que eso es muy difícil de entender para ustedes los humanos, pero es lo que siento cuando me dan la orden de buscar. Cristancho me dice que es el juego de la guerra. Y claro, a veces uno sí siente la actitud y el miedo de los guías. Pero creo que nosotros también les damos a ellos un apoyo muy grande, sobre todo para acompañarlos en esas situaciones difíciles. Cuando fuimos a buscar el cuerpo del “Negro Acacio” y nos tocó acampar en medio de la selva, me hice amigo de los soldados: por las mañanas me camuflaban, me ponían pintura verde en el hocico y ramitas de follaje en el collar para que quedara vestido igual que ellos. Entonces decían: “Hoy sí lo encontramos, campeón”.

La relación con la gente debe ser muy especial.

Como somos perros mucha gente se quiere acercar. En el aeropuerto Mona ya es famosa: la gente de seguridad siempre la consiente y a Claro, el guía de ella, le toca decirles: “¿Me la prestan un momentico para trabajar?”. Hay una señora que maneja uno de esos tractores que halan los remolques para llevar el equipaje a los aviones, y cada vez que la ve, detiene el carrito para saludarla. Incluso Mona me ha contado que cuando se encuentra con algunos pasajeros a los que les retuvieron el equipaje por sospechas, ellos le dicen que les parece muy chévere su labor.

¿Y qué le dicen los pasajeros que salen capturados?

Ellos solo la miran con mala cara. Cuando hay un caso positivo, a Mona le toca ir con Claro a firmar los informes y a tomarse una foto. Una vez, un capitán de la Policía le dijo a una pasajera que habían atrapado con cinco kilos de cocaína en un vuelo que iba para Barcelona: “Mire, por esta perra es que usted está acá”. ¿Pero qué puede hacer ella? Es su trabajo.

¿De los 20 operativos en los que ha participado, cuál es el que más lo ha impactado?

Yo creo que Haití, porque todo estaba destruíado y uno escuchaba a la gente quejándose del dolor. Fui con

mi compañera Luna y juntos encontramos más de 300 cuerpos. También fueron Bayer y Paco, dos perros de la escuela que son especialistas en rescate.

¿Cuánto tiempo estuvo en Haití?

Como un mes. La misión era encontrar a una colombiana que se estaba hospedando en un hotel que se desplomó. Nos levantábamos a las 5:30 de la mañana y empezábamos a buscar. La idea era encontrar la fuente de olor para indicarles a los que tenían la maquinaria dónde romper el cemento.

¿Y encontraron a la colombiana?

La encontramos el día 19. Y nos quedamos hasta cuando cumplimos el mes.

También estuvo en operativos conjuntos con la Fiscalía…

Sí. Nos llamaban porque algún desmovilizado que estaba con la Ley de Justicia y Paz decía que sabía dónde estaban enterrados algunos cuerpos. Ellos testifican y dicen: “Yo vi cuando mataron a equis persona, lo enterraron en una matica, detrás de la casa”. Pero como ya han pasado años, cuando llega el equipo de la Fiscalía la matica es un árbol, o la casa no está... Ahí entramos nosotros a trabajar.

¿Dónde estuvo?

En Córdoba, en Urabá, en Boyacá, en Santander… Pero hubo muchos operativos donde no encontrábamos nada. Cristancho dice que él confía mucho en mí y que si yo no daba la señal era porque no había cuerpos en el lugar donde nos ponían a buscar.

¿Recuerda algún operativo?

En el 2008 fuimos a San Juan de Urabá. Allá también fue Luna. Hacía mucho calor y como nuestros guías dormían en un cuarto de la estación con otros 15 policías, a nosotros nos pusieron a dormir en el baño, en un huacal. No era muy cómodo, pero al menos era el lugar más fresco. Al día siguiente me montaron en una camioneta y fuimos a una finca. A mí me mandaron a buscar por unos matorrales de los alrededores. Había mucha maleza, pero yo sentí algo y me puse a raspar; entonces llegó Cristancho, me dio la pelota y se puso a jugar conmigo. Después escuché decir que los del CTI habían encontrado en ese sitio dos cuerpos, un hombre y una mujer.

¿Cuál es la profundidad máxima a la que puede detectar un cuerpo?

He encontrado restos a 90 cm de profundidad. En los ejercicios de entrenamiento nos los enterraban en huecos hasta de un metro.

¿Se ha enfermado alguna vez?

Grave, sí. En el Catatumbo. Participamos en un operativo contra el ELN que duró como una semana. Al principio Cristancho me veía caminar extraño, me miraba los pulpejos de las patas, me movía la cadera, pero no encontró nada. Cuando volví a la Escuela en Faca, me puse cada vez más enfermo y ya no me daban ganas ni de comer. La veterinaria me vio y se dio cuenta de que me habían picado en los testículos y tenía una infección como de 40 larvas. Estuve excusado del servicio por 25 días. Pero eso no es grave comparado con lo que les pasa a otros perros.

¿Por qué lo dice?

Hay una perra golden retriever en el Ejército, Luna, que trabajaba en el cañón de la Llorona, en Urabá. ¡No la vaya a confundir con la que entrenó conmigo en la Escuela y con la que fui a Haití! Esta Luna, la del

Ejército, detectaba explosivos para un batallón contraguerrilla y un día encontró trece minas listas para instalar en unas caletas. Como a ella le tocaba dormir en los campamentos en medio del monte, el soldado Rojas, su guía, le hizo una hamaca con costales para que ella descansara sin peligro de que la mordieran las culebras. Pero vivía en la selva y de todas formas le dio leishmaniasis: es una enfermedad que no se cura y que hace que nos salgan heridas en la nariz y en los ojos. Ahora ella vive en Bogotá, pero la enfermedad le sigue dando algunas veces y la tienen que tratar con dos inyecciones diarias durante dos semanas… En este momento está saliendo de su tercer tratamiento.

Entonces, usted se considera un privilegiado…

Relativamente sí, porque hay otros perros que viven constantemente en la selva. Por ejemplo, los detectores de explosivos que trabajan en erradicación: a ellos les toca revisar todos los cultivos de coca y para llegar allá a veces tienen que caminar tres, cuatro horas. También hay muchos perros que deben estar muy cerca del combate. A Luna, por ejemplo, también le pasó: un día estaban haciendo un control de carretera, cuando desde el otro lado del río empezaron a hostigarlos. Ella, del susto, se echó a correr, y como se puso al descubierto, los guerrilleros empezaron a dispararle; afortunadamente el soldado Rojas la alcanzó, le dio una patada para botarla a una de esas canaletas de desagüe y se le arrojó encima para protegerla.

¿Le disparaban a ella?

Sí. Rojas dice que él veía cómo las balas pegaban en el pavimento justo detrás de ella. Y él estaba corriendo detrás de Luna, pero no le disparaban a él.

Entonces, ustedes también corren peligro por su labor…

En muchas ocasiones sí. En 2008, en la frontera con Ecuador, en Ipiales, un pastor alemán que se llamaba Dino detectó un cargamento de heroína. Unas semanas después, descubrió otro. Y después, otro más. Al tiempo, la Policía se enteró de que había unos criminales ofreciendo 20 millones a quien fuera capaz de envenenarlo.

¿Por qué son importantes los perros para la fuerza pública?

Le voy a poner un ejemplo: la primera vez que Luna encontró una mina les salvó la vida a varios soldados. Tenía solo dos años y la habían entrenado en un batallón del Ejército en Carepa, Antioquia. Una tarde llegó la tropa a descansar a un campamento, ella se puso a revisar y se sentó justo en uno de los huecos que los soldados usan para clavar los palos y colgar el equipo. ¡Imagínese un soldado todo contento, listo para descansar y que le explote eso! Ella era la primera que entraba, detrás iba el soldado Rojas, su guía, revisando con palitos. Y luego toda la tropa detrás. Luna iba con la trompa pegada al piso y de pronto se volteó y subió las orejas. Rojas se puso feliz porque supo que había detectado algo y le dio la orden de búsqueda. Ella se puso a olfatear por todas partes y se sentó justo al lado del hueco. Entonces, Rojas le dio el juguete, la felicitó y le volvió a decir: “¡Donde está!” Y se volvió a sentar ahí mismo. Los soldados le pusieron una contracarga y dejó una tronera gigantesca. Si no hubiera sido por ella, no la habrían encontrado porque había llovido y el hueco estaba lleno de agua. Ese día, ella encontró otra mina. Y al día siguiente, otra más. Los soldados no quisieron montar ningún campamento y prefirieron dormir en la carretera.

Volvamos a sus operativos. ¿Alguna vez dio positivo en un lugar que no tenía nada?

Sí. Me pasó en Buenaventura. Era un barrio en las afueras, las casas eran de madera y tenían un patio empinado que daba a una maraña que parecía selva. ¡Hacía muchísimo calor y estaba lloviendo! Yo empecé a buscar hasta que sentí algo y me puse a raspar, pero los policías que llegaron con palas no encontraron nada. Otro policía empezó a cavar más arriba y ahí sí encontraron un cuerpo. Después comentaron el caso

entre los guías y llegaron a la conclusión de que como estaba lloviendo, el agua fluía por debajo del piso y yo lo que había sentido era el olor que estaba en el agua.

¿Por qué estaban en Buenaventura?

Fuimos a cuatro comisiones por llamadas de la Sijín y la Fiscalía. Es que ahí se mueve mucho el “clán Usuga”. Yo participé en las investigaciones sobre las casas de pique. En el último operativo fuimos a buscar a un soldado, creo que de la Armada, que se había infiltrado en la banda criminal. Él se emborrachó en una fiesta y terminó diciéndole al líder: “Usted no sabe quién soy yo”. Ese día encontramos dos cuerpos.

¿Y no le dan mucha impresión esos casos atroces que usted ayuda a resolver?

Hay algo que dice Cristancho: “No nos dejemos llevar por estas escenas, porque todo este trabajo es para los familiares de las víctimas”. Este es un servicio muy importante que le estoy prestando a la ciudadanía. Mire la misión que hicimos en Bello y Giraldo, en Antioquia, cuando una avalancha enterró varios barrios a finales de 2010. Encontramos 24 cuerpos, entre ellos el de un patrullero de Tránsito que estaba pasando por ahí en el momento equivocado. Eso es algo muy importante para esas familias.

¿Cómo se siente cuando encuentra algo?

Me da mucha emoción, porque mi máxima recompensa es la pelota, o el juguete. Me gusta mucho ponerme a jugar.

Cuénteme algún operativo que haya sido muy dificil de resolver.

En San Carlos, Antioquia. Fuimos a buscar a un niño desaparecido, pero no teníamos información. Buscamos cerca de la casa y de la escuela, y nada… Hasta que una vez íbamos por una quebrada: yo iba caminando por el agua y de pronto sentí algo; metí la nariz en el río, pero no sentí más; me dio sed y me puse a tomar agua. De vuelta me pasó lo mismo y eso alertó a Cristancho. Él decidió correr unas piedras de la quebrada y ahí encontró una cuerda. Habían atado el cuerpo a una piedra y lo habían botado en el río.

¿Fue casualidad o suerte?

Lo que pasó es que Cristancho me conoce tan bien que sabía que no era común que yo metiera la nariz en el agua, y se dio cuenta de que eso podía indicar algo. Pero también muchos perros han tenido casos positivos por suerte. En 2007 hubo una marcha de víctimas del conflicto por el centro de Bogotá y asignaron a Bonny, un labrador negro, experto en explosivos, para patrullar. En un momento, una persona dejó un paquete abandonado en una empresa de correos y lo llamaron para revisar. Bonny no encontró explosivos, pero le parecía un paquete muy extraño y no dejaba de olerlo. Entonces, su guía decidió notificarlo y al final el paquete no tenía explosivos, pero sí casi 30 kilos de marihuana prensada.

¿Es cierto que usted ayudó en la captura del narcotraficante y paramilitar 'Don Mario'?

Yo estuve en la operación y fue algo bien particular. Estábamos en una finca en el Urabá y todos los informes de inteligencia decían que “Don Mario” estaba allí, pero pasó una semana y nada que lo encontraban. Todas las mañanas, antes de salir al área, me soltaban para que corriera por ahí y descansara. Entonces, un día me llamó la atención un montón de leña que estaba cerca de una casa y me fui a explorar; en ese momento se acercó uno de los policías que estaban en el operativo y que ya me conocía: “Qué pasó, Jazán, ¿encontró un gato?”. Y en ese momento vio a “Don Mario”, le apuntó y le dijo: “¡Quieto!”.

Después de estos ocho años de servicio, ¿cómo es su relación con su guía?

Cristancho es un compañero, un amigo, porque con él he vivido de todo y he compartido todas las experiencias y todas las emociones. Es verdad que a nosotros, los perros de la Policía o del Ejército, no nos tratan como mascotas, porque acá estamos para trabajar; pero estoy seguro de que cualquier guía canino va a decir que el perro es su “lanza”, su “compañero”... Mire el caso de Luna, la golden retriever del Ejército: una vez iban a premiar al soldado Rojas, su guía, con un curso de show canino en un batallón en Bucaramanga; pero le dijeron que tenía que ir solo, sin la perra. Él les contestó que no, que si los iban a separar, él prefería seguir en el Urabá patrullando y buscando minas.

¿Usted tiene hijos?

Si, hace como cinco años tuve unos. Están trabajando en diferentes departamentos de la Policía, sobre todo en explosivos y narcóticos. Es más, el perro que trabaja para detectar explosivos en la guardia de la Dirección de Inteligencia de la Policía, en Bogotá, es hijo mío.

¿Qué piensa del proceso de paz?

¡Que nos va a poner a trabajar más! A los perros antiexplosivos les va a tocar asumir todo lo que implica el desminado. Mi especialidad también va a ser muy importante porque una parte fundamental del posconflicto es encontrar a las personas que han estado desaparecidas por décadas y darles verdad a sus familiares. Los perros de mi especialidad podemos ayudar mucho en la reparación de víctimas. Incluso, he escuchado que quieren empezar a entrenar un grupo de cachorros para que me releven, porque yo soy el único policía que queda en este campo.

Entonces está pensando en su retiro…

Pues yo todavía estoy muy bien, pero tengo diez años y cumplí ocho de servicio. ¿No ve todas estas canas? ¡Antes era todo carinegro!

¿Y qué le gustaría hacer?

Los perros de la Policía van a los pabellones de retirados. Allí tienen el servicio de caniles, los veterinarios... y si los guías trabajan en la escuela, los visitan y les juegan. A mí Cristancho me dice que va a hacer las solicitudes para que me pueda ir a vivir con él, pero sé que eso es muy difícil.

¿Por qué?

Es que para el Estado nosotros los perros somos una herramienta de trabajo, como un fusil o un computador. Si un guía nos adopta como mascotas, eso se interpreta como que se está robando algo que le pertenece al Estado. No entiendo por qué pasa eso. El soldado Rojas, el guía de Luna, dice que en el Ejército muchos perros sí se pueden ir con sus guías cuando los dan de baja. Y los instructores de la Escuela dicen que hay que intentarlo, que hay que insistir. Vamos a ver si sí nos lo permiten.

Nota: Esta entrevista fue realizada a partir de los testimonios del teniente coronel Carlos Villarreal, director de la Escuela de Guías y Adiestramiento Canino de la Policía Nacional (ESGAC); del patrullero Óscar Cristancho y de los intendentes Jeison Cardona, Danny Pachón y Alexánder Puentes, también de la ESGAC; del capitán Óscar Chacón, director de la Unidad Canina de Antinarcóticos de la Policía Nacional; del patrullero John Claro, de la Unidad Canina de la Compañía de Control Aeroportuario de Bogotá; y del soldado Diego Rojas, del Ejército Nacional.

JOSÉ AGUSTÍN JARAMILLO HERNÁNDEZ
MAURICIO SILVA GUZMÁN
REVISTA BOCAS

Autor
http://www.eltiempo.com/

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