Pauwels, el piloto colombiano amigo de Neil Armstrong
Aquella tarde de 1939, el piloto colombiano Alberto Pauwels Rodríguez vio cómo el avión de su compañero de vuelo se precipitaba a tierra, y la muerte, como si se tratara de una ficha en un juego de azar, cobraba la vida del piloto; pero fue benigna —si es que así puede llamársele— pues le dio otra oportunidad a quien 13 años después se convertiría en el comandante más joven que ha tenido la Fuerza Aérea Colombiana.
Después de ver desprenderse las partes de la aeronave del piloto amigo, Pauwels descendió para ayudarlo, pero justo al aterrizar de su monoplaza salió disparada la misma parte del aparato que causó el accidente de su compañero. Era una falla de fábrica de estos aviones, y el suyo terminó con la punta enterrada y le dejó un par de contusiones que, con el paso de los años, se volvieron anécdotas para las nuevas generaciones de pilotos colombianos.
“Se salvó de puras vainas”, dice su hijo Alberto Pauwels. “Hacía tan solo un año que estaba en Estados Unidos para hacer el curso de aviación”, agrega.
Pero su capacidad de volar a más de 6.000 pies de altura sin oxígeno, y la destreza en el aire, lo llevaron a ser elegido como piloto de pruebas de los aviones estadounidenses que, dos años después, serían utilizados por ese país en la Segunda Guerra Mundial. Su habilidad como piloto le abrió las puertas de la Nasa —para entonces llamada Naca— y le permitió conocer personalidades que se hicieron sus amigos como el primer hombre que llegó a la Luna, Neil Armstrong, quien una vez lo visitó en Bogotá (ver foto).
“Mi padre tiene muchas historias. Por ejemplo, recuerdo que me contó que una vez saliendo en un hidroavión del puerto de Buenaventura se le incendió un motor. Él y su copiloto quedaron a la deriva por tres días en altamar. Fueron avistados por otro avión y les enviaron un barco para salvarlos”, cuenta Alberto.
Todas las historias del general Pauwels reposan hoy en el museo de la Fuerza Aérea Colombiana, y en su memoria. A sus 100 años —que cumple hoy—, ya no puede contarlas. Hace cuatro años sufrió un derrame que lo dejó limitado. Pero en su honor, la base del Comando Aéreo de Combate, ubicada en Barranquilla, lleva su nombre, y un busto en bronce les recuerda a los pilotos de Colombia que él fue quién le dio el impulso a esta fuerza para avanzar hasta donde ha llegado.
La época dorada
En 1941, el piloto de combate Pauwels regresó a Colombia para continuar con su vida militar. Tenía 25 años. Estudió en el Instituto Técnico Central Ingeniería Mecánica y luego ingresó al Ejército porque la Fuerza Aérea Colombiana (FAC) como tal no se había consolidado.
En una entrevista concedida hace siete años en el programa A volar de la FAC, explicó que siempre fue un “gomoso de volar” y antes de llegar a los aviones, pasó por la escuela militar.
“Cuando escogieron el personal afortunadamente yo quedé como miembro de la Fuerza Aérea. En toda esa etapa trabajé y estuve en todas las fases de la institución como piloto autónomo, y por eso conocí todos los problemas de la Fuerza”, dijo en ese entonces el general Pauwels.
Ya en Colombia, y luego de hacerse amigo de pilotos estadounidenses como el comandante de la Fuerza Aérea de ese país, general Thomas White; o de otros como Charles Lindeberg, primer piloto en cruzar el océano Atlántico desde EE. UU. hasta Europa en un vuelo solitario y sin escalas, comenzó una carrera vertiginosa en la FAC.
La inteligencia de Pauwels y el buen trato a sus compañeros lo llevaron a ascender. Entonces, recorrió las bases aéreas del país como instructor militar y cómo reconoció una vez, tuvo entre sus mejores alumnos al general Gustavo Rojas Pinilla.
“Le dí instrucción, lo puse a volar y volé con él, era muy buen alumno. Era muy buen hombre. Me llamaba ‘mono venga a volar’, y volábamos juntos”, dijo alguna vez el general.
A los 37 años de edad, el entonces presidente Laureano Gómez lo nombró comandante de la Fuerza Aérea Colombiana. Se desempeñaba como Teniente Coronel y se convirtió en el comandante más joven que ha tenido esta institución. Bajo su comandancia comenzó la “Época Dorada” de la FAC.
“Durante su comando y contando con el incondicional apoyo del presidente de la República, general Gustavo Rojas Pinilla, se importaron los primeros aviones Jet para la Fuerza Aérea. Fue creada la Escuela de Helicópteros de Melgar. Se fundó la Corporación de la Industria Aeronáutica, con la intención de que en el futuro Colombia fabricara aviones”, explican voceros de la FAC.
Pero el mejor impulso que pudo darle el general Pauwels a la Fuerza Aérea fue el de enviar a los pilotos nuevos a capacitarse a Estados Unidos. En esa misión —y en la de traer los Jet—, el general contó con la ayuda de su amigo White. “Estuve nueve años en el comando de la Fuerza Aérea y hubo un cambio total en la preparación del personal y en la compra de material y de la preparación que se tuvo con los EE. UU.”, expresó el oficial hace siete años.
La gestión del general Pauwels lo llevó a permanecer en el cargo por diez años, siendo designado sucesivamente por los presidentes de Colombia y en 1962 decidió retirarse de la vida militar.
“Él hizo muchas cosas también como civil. Fundó Satena, fundó la Corporación de la Industria Aeronáutica Colombiana, y fue uno de los diseñadores y constructores del aeropuerto Eldorado. También diseñó las bases y las instalaciones de Catam. Le aportó mucho a la aeronáutica civil del país por muchos años”, asevera Alberto.
Un padre ejemplar
Marcela habla hoy de su papá como lo haría cualquier hija orgullosa de un hombre que “le entregó tanto a Colombia”. En Bogotá, en el cumpleaños 100 de su padre afirma que es una persona íntegra, justa y muy querida por todos. “La Fuerza Aérea lo recuerda con mucho cariño y a sus hijos nos adoró y consintió siempre”, agrega.
Alberto, el hijo que accedió a contar esta historia a EL COLOMBIANO también asegura que el general Pauwels fue un padre dedicado. “Era el compinche de mis amigos y los ayudaba cuando se metían en problemas. Mi mamá era la brava. Fue, es y será siempre un grande”.
Y esa grandeza la representa el amor de sus hijos y las medallas guardadas en un cuadro de honor en su apartamento. Entre estas reposa la Cruz de Boyacá y la de Servicios Distinguidos a la Corona de Bélgica. Y uno que otro deseo, como el expresado hace pocos años antes de silenciarse su voz: “A veces me sueño volando y me siento muy bien. Volar es la cosa más maravillosa”.