Editorial: Ser 'pilo' está pagando
Cuando se dio a conocer el programa de becas ‘Ser pilo paga’ –que brindó a 10.000 jóvenes colombianos la oportunidad de estudiar en las universidades más prestigiosas del país–, ciertos comentaristas vaticinaron un ahondamiento de las desigualdades; otros, pesimistas, interpretaron el nombre de la subvención como una frase condescendiente y clasista, y algunos especialistas –de aquellos que piensan que reformar es simplemente aplazar el verdadero cambio– lo vieron como una amenaza para el fortalecimiento de la educación pública. Pero un semestre después, cuando empiezan a conocerse los testimonios de los primeros becados, resulta innoble negar el impacto que está teniendo el programa en la sociedad colombiana.
Bastaría con pensar en la cifra de los estudiantes beneficiados para caer en la cuenta de los efectos que puede llegar a tener ‘Ser pilo paga’ en Colombia: 10.000 muchachos significan 10.000 profesionales en igualdad de condiciones, 10.000 familias. Sin embargo, para los incrédulos, que están en todo su derecho, tendrían que ser un alivio los relatos que aparecieron en la edición del domingo de este diario: en ellos está más que claro que todos los monstruos temidos –la desadaptación, el matoneo, el fracaso, los prejuicios de parte y parte– fueron derrotados o simplemente no se dieron. Sí, seguro que hubo inconvenientes, seguro que no todos los casos fueron igual de exitosos, y sigue habiendo desafíos.
Pero no hay duda de que una nueva generación de colombianos está educándose, más allá de las cegueras y de las terquedades del pasado.
El joven del barrio San Cristóbal (Bogotá) que estudia psicología en la Universidad Santo Tomás, el cafetero de Andes (Antioquia) que cursa la carrera de ingeniería mecánica en Eafit, el quinceañero de El Tambo (Cauca) que entró al programa de ingeniería eléctrica en la Universidad del Cauca con el objeto de ayudarle al municipio en el que creció, entre las decenas de protagonistas de estas historias de oportunidades aprovechadas, prueban que nada hay de malo en el programa (que las redes de apoyo han funcionado y las familias se han fortalecido), y que sería un gran error dejar de apoyarlo.
No es una mentira ni una exageración aquello de que la sociedad colombiana ha sido durante mucho tiempo una de las más desiguales del mundo. Ni que ha sido en la educación –desde los colegios y las universidades, que han estado definiendo y determinando a los colombianos– en donde empiezan y se ahondan las inequidades. A aquellos que siguen anhelando un cambio de raíz, pues habría que decirles que tienen toda la razón en cuanto a la impaciencia, pero que se equivocan en el menosprecio de iniciativas como ‘Ser pilo paga’.
No sobra recordar, como lo hizo el informe de EL TIEMPO, que el programa partió del importante estudio de un ingeniero de la Universidad de los Andes. Y que está pensando en formas de perfeccionarse: las alianzas entre universidades; la participación del sector privado, que requiere los mejores profesionales; la detección de los estudiantes ‘pilos’ desde las Pruebas Saber, y el mayor apoyo a las familias pueden darle aún más vuelo a una generación que no tiene por qué caer en las trampas de las anteriores.