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#TBT Chapecoense una tragedia que marcó la historia

Cuarenta carrozas fúnebres ruedan a paso lento, solemnes y silenciosas entre las calles de la Base Aérea General Arturo Lema Posada en Rionegro, Antioquia. Absoluto rigor y respeto se respira entre los cientos de militares, autoridades colombianas y brasileñas que las esperan. En la plataforma aérea, frente a tres aviones C-130 Hércules de la Fuerza Aérea Brasileña, soldados empuñan las Banderas de Colombia y Brasil. Los féretros, escoltados por un cuerpo de militares se detienen y el capellán de la Unidad invoca el descanso eterno, el sonido de una corneta entona el toque de silencio, como despedida a los jugadores e integrantes del cuerpo técnico del equipo brasileño de fútbol Chapecoense.

De esta manera, finalizaba el esfuerzo logístico, humano y técnico dispuesto por el Comando Aéreo de Combate No.5 desde la noche del 28 de noviembre de 2016 cuando el avión de la aerolínea LAMIA RJ85 con 77 pasajeros del equipo de Fútbol Chapecoense y algunos periodistas deportivos se accidentó en el cerro El Gordo del municipio de la Unión, Antioquia.

El clima de esa noche estuvo pésimo, llovía intensamente y la temperatura descendía con rapidez. Entre la montaña, el Técnico Tercero Hugo Martínez Morales resbalaba y caía en el fango por tercera vez; levantaba su pesado equipo de extricación y miraba hacia la montaña; frente a él se elevaba el cerro El Gordo; a su lado, luchando con el terreno avanzaban los soldados bomberos Santiago Urán Jiménez y Ferney Atehortua Álvarez, además del experto maquinista y rescatista AS11. Jhon Orozco Rendón.

Al llegar al sitio del accidente, en lo profundo de la oscuridad se escuchaban gritos pidiendo ayuda y otros dando órdenes en labores de rescate; cuando Martínez preguntó sobre la situación fue sorprendido con la magnitud de la tragedia, un hombre iluminó con su potente linterna la zona y frente a él emergió la dantesca escena: un inmenso avión destruido en miles de partes, decenas de cuerpos aún asegurados a sus sillas con rictus de horror, otros bajo escombros o sobre árboles que atravesaban las latas del avión; maletas y uniformes del Chapecoense revueltos con partes de motores y piezas de la destruida cabina.

Cuarenta bomberos de Rionegro, la Unión, Defensa Civil y campesinos voluntarios habían encontrado los primeros sobrevivientes. -Cuando uno sale de una estación de bomberos va con la esperanza de recuperar vivos- dijo Martínez a sus hombres y de inmediato se puso a trabajar. Primero, apoyó el transporte de los heridos, trabajo que requería de numerosas manos debido a las condiciones fangosas del terreno y luego se incorporó a la búsqueda. El LAMIA RJ85 colisionó con la cara oriental del cerro y se desplazó varios metros tumbando árboles hasta llegar al otro lado, la cara occidental, dejando tras de sí una estela de restos del fuselaje, maletas y vegetación destruida. Martínez y Orozco, junto a varios expertos rescatistas formaron una línea de búsqueda e iniciaron el recorrido de esta larga y empinada senda en busca de sobrevivientes. Era la una de la mañana.

Cuatro horas atrás, el comandante del Grupo de Combate No.51 Coronel Juan Francisco Mosquera Dueñas recibía la tripulación de un helicóptero Black Hawk que había intentado llegar al sitio pero la lluvia y neblina le dificultaron la visibilidad. El Comandante de la Unidad, Coronel Fabio Sánchez Montoya procedió hacia la torre de control del aeropuerto José María Córdova para coordinar las labores de búsqueda y rescate y ordenó al Coronel Mosquera proceder hacia el sitio del accidente.

La reacción del CACOM 5 había ocurrido sin demora, bomberos, rescatistas, médicos, enfermeros y gente de apoyo recorrían las vías del oriente antioqueño hacia el cerro El Gordo. No en vano, el conflicto armado colombiano y los desastres naturales han curtido al CACOM 5 en todo tipo de catástrofes, la experiencia adquirida en labores de rescate internacional y nacional, así como, el apoyo a las tropas de tierra durante atentados guerrilleros y a las poblaciones destruidas durante los años de guerra, templaron el carácter de sus hombres y ahora reaccionaban coordinados y a tiempo con la mente puesta en un solo objetivo.

Mosquera remontaba el cerro cuando se cruzó con el segundo herido; la camilla descendía sobre una fila de brazos de campesinos, rescatistas y soldados que luchaban por no resbalar en la pendiente que atravesaba un cultivo de tomates ya destruido. Cuarenta minutos tardaron los grupos de rescate en bajar cada herido hasta las ambulancias parqueadas en un camino quebrado.

La lluvia empeoró y las señales de vida fueron disminuyendo; las filas de cadáveres en bolsas blancas aumentaba y algunos hombres estaban exhaustos; el frío rompía las manos, la fuerte lluvia empapaba los uniformes y los ánimos de los rescatistas bordeaban la irritación; gritos y órdenes de quienes deseaban encontrar más sobrevivientes cuando ya todos habían sido identificados terminaban en alaridos de angustia y rabia. -Orden, orden, pedimos orden- gritó el Coronel Mosquera, -es hora de parar, pronto amanecerá y debemos preparar la evacuación de los cuerpos.

El amanecer fue aclarando, los restos del accidente y la geografía emergieron en su total dimensión; altas montañas, monte espeso y cuerdas de alta tensión rodeaban el área. En el puesto de mando avanzado, fogueados líderes de las unidades de rescate hablaban entre ellos con gestos de preocupación, planeaban evacuar los cuerpos vía aérea pero la meteorología parecía no mejorar; alguien propuso evacuarlos por tierra; el traslado de 71 cuerpos por la trocha de fango requería gran esfuerzo logístico, más hombres y tiempo; así que, decididos buscaron al Coronel Mosquera quien se encontraba recorriendo la zona analizando posibles sitios para el aterrizaje de los helicópteros. Al abordarlo, fue rodeado y le transmitieron el siguiente mensaje -¡Coronel, si la Fuerza Aérea no los evacúa, tomará mucho tiempo hacerlo y mayores riesgos!-

A las 7:30 a.m., dos UH-60 Black Hawk prendieron motores en la plataforma del CACOM 5. Su líder, el Mayor Félix Andrés Mosquera despegó para verificar condiciones meteorológicas y terreno. Sobre el sitio pudo divisar, entre nubes espesas, restos del avión y algunos rescatistas que lanzaron una luz de bengala. Maniobró buscando la mejor entrada y evitó las cuerdas de alta tensión que colgaban entre los picos de las montañas. En final corta, sintió entrar a un laberinto de olor a fango penetrante y se halló prácticamente sin ruta de escape.

Al tocar tierra, las ruedas del helicóptero se hundieron en el lodo obligando al piloto elevar su aeronave y mantenerla flotando sobre la falda del pináculo anclando una rueda en el barro para facilitar el trabajo de los rescatistas. Sus tripulantes recibieron siete cuerpos y luego despegó verticalmente. De este modo, inició junto a otro helicóptero comandado por el Capitán Jorge Andrés Pinzón, el transporte de 71 héroes del Chapecoense hacia el aeropuerto Olaya Herrera de la ciudad de Medellín.

Abordo de los UH-60 el silencio era hermético, los pensamientos inundaban las palabras, los hechos eran tan abrumadores y las imágenes tan dramáticas que el dolor oscurecía las ideas. Algún tripulante, hincha del Club Atlético Nacional que anheló el encuentro con el Chapecoense, simplemente no lo podía asimilar, frente a él estaba el equipo que nunca se cansó de subir y ahora jugaba en el más allá.

Aquellos BlackHawk volaron sobre Antioquia dejando tras de sí el grito de solidaridad “Ooohhh, vamos, vamos Chape”, susurro que siempre será recordado en Colombia y el mundo.

Autor
Revista Aeronáutica FAC- Teniente Coronel (RA) Ricardo Andrés Torres Suárez

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